sábado, 15 de enero de 2011

La Canasta del Diablo: Vivir centurias

Toda mi vida la dediqué a una sola cosa: comprar la colina donde jugaba de niño. Aquí era ésta la que ofrecía la vista más completa de Ofusboro, Connecticut. Debido a la expansión de la mancha urbana, se podría decir que este era uno de los últimos reductos de naturaleza en los alrededores, cuya vegetación databa de hacia varias centurias.

Como casi me había quedado sin dinero pensé en limpiar el terreno por mí mismo, así que me encamine con una motosierra hace lugar de mis sueños, al llegar a la cima voltee a ver mi ahora ciudad y casi podía imaginar como las miraría todas las mañanas desde mi chalet estilo suizo.

Jale la cadena de la sierra y ésta arranco al tercer intento, justo cuando estaba a punto de arribar el primer árbol; un anciano apareció detrás de él, lo cual me ocasionó un gran susto.

Al recobrarme, apague mi motosierra al momento que preguntaba:
-¿Quién diablos es usted? ¿Qué hace aquí? Es propiedad privada.
El tipo respondió con voz aguardientosa:
-Lo sé, ahora tiene dueño; poco a poco se han ido acabando todos los bosques de los alrededores para construir más casas, pero ¿sabe algo? Muchas personas fueron afectadas por eso.
-¿Podría explicarse?
-Mire joven, en la antigüedad muchas personas fueron ejecutadas en el pueblo de Salem, que está unas millas de aquí, por brujería, algunas lograron escapar y se ocultaron en estos bosques por siglos, pero conforme fue avanzando la civilización se redujo el terreno del que disponían para cazar y como el temor seguía latente, se negaron a acercarse a las personas del pueblo por ayuda -su voz se tornó amarga-muchos murieron de hambre... sólo yo, fui uno de los pocos que se aventuró a contactar con la gente, conseguí trabajo; pero aún así no me sentía tan seguro como para vivir ahí, así que tomé por hogar esta colina, por la vista que ofrece y que es hermosa ¿no lo cree?
En el instante el anciano se llevó la mano en la bolsa trasera del pantalón, yo me puse alerta, aunque sólo sacó una botella de licor, y continuó su relato después de darle un trago.

-Yo te conozco, desde pequeño venias a jugar aquí y observaba como tú te separabas del resto del grupo para mirar el paisaje y ahora descubro que me has comprado esta colina, pero déjame decirte algo; ésta ha sido mi casa de toda la vida, y ya fueras tú o cualquier otro, no iba a permitir que me la quitaran, así que he vuelto este lugar maldito, para todo aquel que intente siquiera arrancar el tallo de una hierba.

Cansado de tantas incoherencias, prendí la motosierra al tiempo que con ella amenazaba al anciano:
-¡Mira abuelo, será mejor que te largues! Porque no estoy de humor para oír estupideces o llamar a la policía para que te encierran un rato por vagancia y alcoholismo.

La mirada que me dirigió fue mas de compasión que de odio, dio la media vuelta y se marchó.

El pino que me disponía a cortar tendría aproximadamente quince metros, altura muy similar a la de los demás que había los alrededores, pegué la sierra a su base y me recargué con fuerza, cayendo a los diez minutos sobre su lado norte, el estrépito que causó me hizo más estremecer cuando recordé las palabras del anciano, aunque también pensé en que debía tener más cuidado en no dejarle caer un árbol encima.

Para cuando cayó al séptimo árbol, ya me había olvidado de la supuesta maldición; así que decidí hacer una pausa en la faena, y me dirigí a la lonchera; empecé a devorar unos emparedados de queso y un refresco de lata a la vez que observaba el paisaje que me había cautivado desde niño.

De repente empecé a atragantarme, me llevé la mano al cuello tratando de escupir la comida, pero sentí mi garganta rugosa; como... ¡si fuera de madera! Al observar mi brazo me di cuenta que tenía la apariencia de una rama, deje caer con el otro el emparedado y estaba en igual situación, intente salir huyendo despavorido del lugar, pero mis pies estaban atorados en el suelo, casi observando contra mi voluntad, me di cuenta que en lugar de extremidades tenía raíces y mi cuerpo había dado paso a un hermoso tronco de pino (si se le podía decir así) entonces fue como si una parálisis empezara a cubrir todo mi ser, después de todo la maldición había resultado ser cierta, ante lo inevitable sólo trate de quedar con la vista hacia la ciudad que tanto amaba y por la que había hecho esto, mis ojos se nublaron por las últimas lágrimas que escurrían hacia las hojas que ahora brotaban de mi, fue entonces cuando escuché la voz del anciano:
-No me hiciste caso muchacho, es una desgracia porque me simpatizas ¿sabes? Quizás ahora podría saber lo que es vivir centurias, pero como no me gustaría que disfrutarás más de lo que yo haré este paisaje...
Entonces oí cómo prendió la motosierra.

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