lunes, 6 de agosto de 2012
La Canasta del Diablo: "Santa Claus en verano''
El olor a limpieza del cuarto era tanto que hasta daba asco, pensabas Sarita; la dulce anciana de cabello cano y arrugas que delataban el paso de los años, estaba pues cuidando a Roberto, su nieto; el cual había quedado a su cuidado al fallecer los padres de éste en un accidente aéreo, y ahora como seguido por la fatalidad hace ya más de un año que se le había detectado cáncer; consecuencia pues de un tumor provocado por la caída de un columpio, estaba cerrada en sus pensamientos, cuando unos pasos delataron la presencia del médico.
-¿Todavía sigue aquí Sarita?
-Así es doctor, mi nieto necesita que se le cuide.
-Claro nadie lo niega, pero para eso estamos nosotros y usted debería descansar.
-Qué cosas dice doctor.
-Bueno, pues he venido a comunicarle una buena... y una mala noticia.
-Usted dirá doctor.
-Robertito, ha sido muy valiente; muchos niños de su edad no resisten que se les lleve a quimioterapia tan seguido, desgraciadamente en su caso nada se puede hacer ya; por lo que hemos decidido que se le regale felicidad en los últimos días de su vida, felicidad que sólo puede encontrar en su casa y a su lado Sarita.
Sarita, rompió en sollozos tratando de ahogarlos para no despertar al niño, pensándolo desgraciada que había sido su existencia; desde su triste infancia hasta que su madre lo obligó a casarse con el anciano rico del pueblo.
-Sarita, cálmese por favor.
-Está bien, disculpe a esta vieja tonta; dígame dónde tengo que firmar la alta.
La casa era muy amplia, demostrando que quien habitaba en ella era una persona de condición social elevada, contaba con un patio grandísimo; con una alberca olímpica y juegos electromecánicos.
La recámara principal estaba alfombrada con pieles de animales caros, y las amplias ventanas dejaban llegar la luz hacia el jacuzzi ubicado en uno de los extremos de la misma.
Los criados se encargaba de mantener aquella mansión en un estado impecable.
Don Juanito, el mayordomo; estaba cortejando Victoria, él ama de llaves; cuando entonces se escuchó el rugir del motor del lujoso automóvil de la señora Sarita, guiado por su chofer y con ella su nieto la parte posterior.
-¿Ya llegamos abuelita?
-Así es mi amor.
-Abue, sabes que la época del año que más me gusta la Navidad, claro que estando contigo todos los días del año son hermosos.
Sarita, hizo acopio de fuerzas para no llorar ya que sabía que era muy probable que Robertito, no sobreviviera ni un mes más.
Victoria y don Juanito, recién recuperados del susto salieron a recibirlos a la puerta principal.
-Joven Roberto, que bien se ve.
-Así es -inquirió don Juan- esa estancia en el hospital le ha sentado muy bien.
Robertito, sólo esbozó una leve sonrisa; cuántas veces había visto su cuerpecito demacrado frente al espejo, su cabeza falta de cabello como consecuencia de las radiaciones; muchas veces se había preguntado si había hecho algo que ofendiera a Dios.
Los días transcurrían como un suplicio dentro de la mansión el cuarto del niño que hubiese sido la envidia de cualquiera de los de su edad no hacía a éste de ninguna manera feliz a pesar de tener infinidad de juguetes y otras diversiones inimaginables, desde el mismo todas las noches escuchaban los lamentos del infante debido a la terrible enfermedad, Juanito; siempre corría consolarlo.
-Robertito, que tienes mijo.
-Eso que está en mi cabeza que hace que me duela mucho.
-Debes de tener fe en Dios.
-¿Es que acaso Dios no me quiere?
-No digas eso, lo que pasa es que a veces él pone a prueba nuestro amor hacia él, recuerda que Jesús murió por nosotros.
-Pero es que el dolor es mucho.
-Toma mi mano Robertito, vamos a rezar.
Sarita, atendía los negocios de su finado marido desde un salón oval, ubicado en la parte poniente de la mansión; ocupada como estaban los negocios no dejaba de pensar en Robertito, tan es así que decidió festejar la Navidad ese mismo verano.
Al día siguiente, Robertito; despertó con una visión fantástica, en la sala había un árbol enorme cubierto de esferas multicolores, la mesa tenía puesto el mantel con motivos navideños; y las figuras de Santa Claus y los renos estaban por doquier, las lucecitas creaban sombras graciosas alrededor del recinto.
-¿Qué es todo esto? -Preguntó a su abuela-.
-Nada, sólo una pequeña sorpresa que quise darte.
-¡Eres genial abuela! -Al decir esto corrió escaleras abajo a abrazar a Sarita, mientras los dos trataban de contener las lágrimas.
La cena estuvo deliciosa, el pavo exquisito; y los demás manjares eran digna obra del cocinero de Sarita. Al encaminarse todos a sus habitaciones ella se inclinó y le dio un beso en la frente al niño, al tiempo que le decía:
-¿te gustaron tus regalos Robertito?
-Claro abuelita ¡eres lo máximo!
-Que pases buenas noches.
-Buenas noches.
Era de madrugada cuando una silueta regordeta caminaba hacia el cuarto Robertito, al abrir la puerta del mismo la luz que debo entrar despertó la criatura, la cual mientras se aclaraba la vista preguntó:
-¿quién es?
Por respuesta sólo recibió una carcajada que a él se le hizo familiar ¡claro! ¡Pero si el saco y el color rojo característico lo decía todo!
-¿Santa?
-Así es, y vengo a darle regalos a los niños que se portan bien ¿qué es lo que tú deseas?
-Me encanta estar con mi abuelita Sarita, pero no me gusta hacerla sufrir por mi enfermedad; así que me gustaría estar con mis papás y no sufrir yo también.
-Lo sé por eso estoy aquí, cierra tus ojitos que yo te llevaré con ellos.
El niño obedeció inmediatamente y mientras hacía esto el hombre barbado tomaba entre sus manos la almohada y la colocó sobre la cara del niño que nace en un esfuerzo a pesar de su debilidad sintió reventarse de los pulmones, debido a la falta de aire; y su cuerpecito... dejó de moverse.
Por amanecer muy inferior al día siguiente, cuando Victoria; salió gritando despavorida del cuarto de Robertito, la policía llegó más tarde y nunca se pudo resolver el caso.
¿Habrá sido la abuela o Santa Claus quien cumplió la última voluntad del niño?
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